MISCELÁNEA
El reino
EMMANUEL CARRÈRE
(Anagrama – Barcelona)
Considerado uno de los grandes escritores franceses de la actualidad, Emmanuel Carrère (París, 1957) visitó la Argentina recientemente, acompañando la publicación de su nuevo libro que se titula El reino. Experimentado novelista, autor de El adversario, Una novela rusa y Limonov entre otras; esta vez, escribe un texto en primera persona en la voz del autor.
A lo largo de más 500 páginas, cuyas primeras 200 están dedicadas a su “conversión” al catolicismo, las crisis personales, sus complejas relaciones matrimoniales, sus hijos y sus mejores amigos; Carrère nos conduce por los sinuosos caminos de la reformulación de su fe cristiana. Para realizar esta tarea monumental repasa, vuelve a comprender desde otro ángulo y a darle un sentido a las Sagradas escrituras. Como él mismo confiesa en las primeras páginas del libro: “Yo podía interesarme en la Teología, pero, según la frase de Borges, como una rama de la literatura fantástica”.
En las apariencias, Carrère descarta la idea de la ficción en las escrituras, a la cual han adherido diversos escritores como, por ejemplo, Saramago con su Evangelio. Sin embargo, la totalidad de su estilo, por más que reniegue de ello, es ficcional y su mirada sobre los Evangelios también lo es. Lo hace de la misma manera en que pone en jaque al psicoanálisis, relata en detalle cómo se ha negado a hablar con la terapeuta a la que consulta y, mientras tanto, deja entrever su admiración por esta disciplina.
Comienzos
Cercano al pensamiento de Lucas, el autor hace un minucioso análisis de los Evangelios y de los inicios de Cristianismo. Hace particular hincapié en los orígenes en el judaísmo, intenta encontrar una continuidad entre la religión judía y la católica, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
En un estilo coloquial, el texto está plagado de comparaciones con escenas cinematográficas, situaciones políticas, obras literarias y hasta con la vida cotidiana en la actualidad. Asimismo, su admirado novelista de ciencia ficción Philip K. Dick, no deja de estar presente a medida que avanza el texto.
Mezcla de historiador, ensayista, escritor de ficción y de su propia autobiografía, Carrère ha forjado un estilo propio. Abundan las frases interesantes tales como: “Lo contrario de la verdad no es la mentira sino la certeza” o “En cuanto alguien dice yo…me apetece seguirle y ver quién hay detrás de ese yo”. El reino es un libro que convoca al lector a seguirlo a lo largo de las extensas reflexiones sobre temas de ineludible interés.
© LA GACETA
Paula Varsavsky
FRAGMENTO DE EL REINO, POR EMANUEL CARRÉRE
Dice que es extraño, si te paras a pensarlo, que personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana, algo del mismo género que la mitología griega o los cuentos de hadas. En los tiempos antiguos, se puede entender: la gente era crédula, la ciencia no existía. ¡Pero hoy! Si un tipo creyera hoy día en historias de dioses que se transforman en cisnes para seducir a mortales, o en princesas que besan a sapos que, con su beso, se convierten en príncipes encantadores, todo el mundo diría: está loco. Ahora bien, muchas personas creen en una historia igualmente delirante y nadie les toma por dementes. Les toman en serio, aunque no compartan sus creencias. Cumplen una función social menos importante que en el pasado pero respetada y más bien positiva en su conjunto. Su disparate convive con actividades totalmente razonables. Los presidentes de la República hacen una visita de cortesía al jefe de esa grey. Digamos que es extraño, ¿no?
Es extraño, sí, y Nietzsche, de quien leo algunas páginas con el café de cada mañana, después de haber llevado a Jeanne a la escuela, expresa en estos términos el mismo estupor que Patrick Blossier: «Cuando en una mañana de domingo oímos repicar las viejas campanas, nos preguntamos: ¿es posible? Esto se hace por un judío crucificado hace dos mil años, que decía que era Hijo de Dios, sin que se haya podido comprobar semejante afirmación. Un dios que engendra hijos con una mujer mortal; un sabio que recomienda que no se trabaje, que no se administre justicia, sino que nos preocupemos por los signos del inminente fin del mundo; una justicia que toma al inocente como víctima propiciatoria; un maestro que invita a sus discípulos a beber su sangre; oraciones e intervenciones milagrosas; pecados cometidos contra un dios y expiados por ese mismo dios; el miedo al más allá cuyo portón es la muerte; la figura de la cruz como símbolo en una época que ya no conoce su significado infamante... ¡Qué escalofrío nos produce todo esto, como si saliera de la tumba de un remoto pasado! ¿Quién iba a pensar que se seguiría creyendo en algo así?»
Se cree, sin embargo. Muchas personas lo creen. Cuando van a la iglesia recitan el credo, del que cada frase es un insulto a la cordura, y lo recitan en francés, que se supone que es una lengua que comprenden. Mi padre, que me llevaba a misa los domingos cuando yo era pequeño, lamentaba que ya no fuese en latín, a la vez por el gusto al pasado y porque, me acuerdo de su frase, «en latín no te dabas cuenta de la idiotez que es». Podemos tranquilizarnos diciendo: no se lo creen. No más que en Papá Noel. Forma parte de una herencia, de bellas costumbres seculares por las que sienten apego. Al perpetuarlas proclaman un vínculo, que les enorgullece, con el espíritu del que surgieron las catedrales y la música de Bach. Farfullan el credo porque es algo habitual, al igual que nosotros, los bobos,1 para quienes el curso de yoga de la mañana del domingo ha sustituido a la misa, farfullamos un mantra, imitando al maestro, antes de empezar los ejercicios. En ese mantra, no obstante, deseamos que las lluvias caigan en el momento oportuno y que todos los hombres vivan en paz, lo que sin duda representa un voto piadoso pero que no ofende a la razón, lo cual supone una diferencia notable con el cristianismo. Aun así, debe de haber entre los fieles, junto a los que se dejan acunar por la música sin prestar atención a las palabras, algunos que las pronuncian con convicción, con conocimiento de causa, tras haber reflexionado sobre su sentido. Si se les pregunta, responderán que creen de verdad que hace dos mil años un judío nacido de una virgen resucitó tres días después de ser crucificado y que volverá para juzgar a los vivos y a los muertos. Responderán que estos acontecimientos constituyen el centro de su vida.
Sí, ciertamente es extraño.